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Valgo 21 pesetas

  • La Forja

    La Forja
    Surgí del fragor del infierno, con un hueco en lugar de corazón, pero mi alma pesaba 21 gramos. 1934. Pesaba menos que mis primas y cuando íbamos a salir, lejos de la Fábrica de Moneda y Timbre, algo salió mal (siempre pasan cosas del estilo) y me caí del camión.
  • Mi primer amor

    Mi primer amor
    El polvo del camino me sepultó en el olvido durante dos años, hasta que en 1936, unas pisadas que se arrastraban me devolvieron al mundo de las luces. Eran de un hombre herido, que al ver mis destellos de emoción con el sol en mi rostro, se agachó y me recogió. Se llamaba Luis Rosales y juntos compartimos muchos viajes.
  • La Amistad

    La Amistad
    Rosales y yo recorrimos bares, tertulias y habitaciones sin velas. Fueron experiencias muy bonitas, intensas, pero lo que más vida me dio durante el tiempo que pasé con Luis fue conocer a su amigo, Federico García Lorca. Era una persona alegre, hablaba mucho y también reía. Él fue mi siguiente etapa de la vida. Fue una despedida extraña, no dolió, fueron todo sonrisas: pasé de la mano de Luis al bolsillo de la camisa de Federico.
  • Crónica de una muerte anunciada

    Crónica de una muerte anunciada
    Las sonrisas se rompieron el día en que las lágrimas de plomo atravesaron el pecho de Federico. Una de ellas entró directa a su corazón, la quise detener, pero el vacío de mi corazón le dio paso a su final.
  • Tierra Baldía

    Tierra Baldía
    Tras aquella bala, salí disparado por los aires y terminé de nuevo enterrado entre el polvo del camino. Solo, sin sonrisas. Pasó el tiempo, no llovía, no crecía vida entre tanto silencio.
  • La Diáspora

    La Diáspora
    Al final, como todo en la vida, las cosas cambian, y empezó a llover. Alguien me recogió, alguien a quien le llamaban el Vasco. Me llevó al cuello con cariño durante muchos años, un hilo de plata atravesando mi alma. Me llevó lejos, cruzamos el mar y desembarcamos en un lugar ahogado de edificios, vapores de neón y tonos grises.
  • Negaba la vida

    Negaba la vida
    Un hombre viejo perdido en la nueva era me encontró. Resonaban los Cohen tras sus pasos. El hombre me utilizó como su arma más letal, lo exculpaba a él de todo crimen, yo era su chivo. Yo era el azar convertido en el argumento de la muerte.
  • La Esperanza

    La Esperanza
    Muchos años más tarde, mi compañero murió en una calle perdida de una ciudad llamada Chicago. No penséis que fue todo una tragedia: la pobreza normaliza la muerte y aquel mundo rebosaba miseria. Pero ahora, toda esta ausencia material va a ser borrada de la faz de la Tierra pues la Esperanza me ha encontrado, manos ásperas como la madera no tratada, el aliento etílico de la empatía más amoral jamás conocida en el mundo entero... Ahora, Frank Gallagher y yo luchamos juntos en esto.