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Rojo de furcia

  • Desperté

    Desperté
    No sé cómo ni cuándo llegué allí, pero llegué, y mi llegada trajo consigo el despertar de mí ser. Era todo oscuro, oculto tras algún obejto de tela, seda yo diría. Lo único que sé es que era un pintalabios de un intenso rojo y que mi dueña, recién comprado, me ocultó en el cajón de su mesilla de noche. Tiempo después sabría por qué.
  • Ilusión

    Ilusión
    Mi dueña me llevó en el bolso. Nadie sabía en su casa que me tenía. Entonces, tras un corto viaje a pie, vi la luz. Me encontré en la Plaza Urdanibia donde un corro de chicas se había congregado ante mí. Todas miraban espectantes, como si vieran un talismán de oro brillante. Para ellas era algo extraño, nuevo, incluso prohibido. Estaban nerviosas pero al mismo tiempo me deseaban.
  • Rebeldía

    Rebeldía
    Era el Día de las Cantineras, 28 de junio, de la tan esperada celebración irunesa de los San Marciales. Mi dueña y sus amigas habían salido a disfrutar de la festividad, aunque tenían una hora establecida para volver. Todas ellas, entre nervios y risas, tomaron mi punta de color sangre y pintaron sus inocententes labios. Estaban asustadas, pero su rebeldía las llevaba a luchar por sus deseos.
  • Pérdida

    Pérdida
    Mi dueña y sus amigas celebraban con alegría la fiesta, maquilladas todas ellas con mi color rojo. A la hora de comer, partió hacia su casa, la cual se encontraba al otro lado de un puente. Pero, olvidada de mí, no me recordó. Su padre entonces la vio cruzando. Se acercó rápidamente a donde ella y la atizó con fuerza en la cabeza. Arrancó el bolso donde me llevaba y me lanzó al río al grito de: "¡Ese rojo es de furcias!" Quedé allí sepultado, como un recuerdo eterno de una libertad robada.