Parabellum

Si vis pacem, Parabellum

By Ayala
  • La sangre derramada

    La sangre derramada
    Mi boca dolía de tanto rugir pero el fuego cruzado no daba tregua. Los ojos embrutecidos de mi portador indicaban que debía seguir escupiendo proyectiles. Llevábamos tanto tiempo en batalla, que ya a penas podía ver; mi cañón estaba cubierto por una capa espesa y negruzca y tan solo obedecía ciegamente las órdenes de un animal.
  • La caída

    La caída
    Seguíamos en plena lucha en la Batalla de Bélgica, en la Segunda Guerra Mundial, cuando, de repente, tras una sinfonía violenta que parecía no acabar, mi portador se desplomó y yo caí junto con él. El golpe de su casco contra el duro suelo no emitió ningún sonido y, tendido en el suelo a un palmo del soldado caído, permanecí inmóvil hasta que el fragor de la guerra acabó.
  • El ascenso

    El ascenso
    La guerra no había hecho más que empezar, por lo que mi presencia en combate seguía siendo necesaria. Serví diligentemente a la Wehrmacht y pasé por las manos de varios soldados. No recuerdo cuántas bajas causé o qué lugares atemoricé; ni siquiera los nombres de los que fueron mis portadores. Mi suerte cambió cuando, finalmente, fui a parar a manos de León Degrelle cuando la guerra llegaba a su fin.
  • El destino

    El destino
    Me encontraba en Noruega, en manos de León Degrelle cuando el fin de la guerra se empezaba a vislumbrar una vez que el ejército nazi había capitulado. El oficial Degrelle tomó entonces un avión con la intención de alcanzar España donde encontraría asilo y apoyo franquista. La avioneta logró atravesar las líneas enemigas, pero acabó por caer en la bahía de San Sebastián por falta de combustible.
  • La inocencia

    La inocencia
    Tras el impacto, mi portador era trasladado al hospital y yo quedé varado en la orilla hasta que un niño me recogió de la arena, sin ser consciente de mi verdadero ser. El niño imaginaba ser un héroe de guerra victorioso conmigo entre manos, sin ser realmente consciente de la miseria de la que yo había sido responsable. El padre del muchacho, un antiguo requeté, en cambio, sabía de lo que yo era capaz y rápidamente me arrebató de sus manos para ponerme a disposición de la Guardia Civil.
  • El estraperlo

    El estraperlo
    Tras la guerra, el interés coleccionista de armas creció enormemente y los fetichistas bélicos ansiaban hacerse con una. El guardia civil a mi cargo decidió sacar provecho y ponerme en venta en el mercado clandestino. Pronto encontré comprador y fue así como pasé de ser un objeto letal que inspiraba terror a ser un objeto de interés que satisfacía las entelequias bélicas de los aficionados a las armas.
  • La custodia

    La persona que me compró sentía fascinación por mí. En su tiempo libre, se ausentaba de su familia para sacarme del cajón y observaba mis formas con un urente entusiasmo durante horas. Imaginaba las batallas que libré, las alegrías que causé, y también las penas. En ocasiones disparaba a cierta distancia contra envases de hojalata que pegaban un salto de sorpresa ante mi bang.
  • El temblor

    El temblor
    Era una vida pacífica. Todo lo que hacía era aguardar en un cajón a ser limpiado cada día mientras se preguntaba qué secretos e historias escondía. Él también guardaba sus propios secretos. Un día me tomó entre sus manos y percibí un temblor inusual. Su mirada parecía perturbada y regurgitaba injurias contra ministros y políticos, se refería a los sindicatos y a los empleados del Euskalduna
  • La despedida

    Nunca se supo más de mí. Quizás porque obedezco a los deseos más oscuros de las personas, se me hizo desaparecer. No obstante, los registro de armas fueron capaces de seguirme la pista por lo que no desvelaré más información sobre mí ni sobre mi actual paradero. Tan solo debéis saber que he visto a muchos hombres rezar y blasfemar ante los horrores de la vida, buscando desesperados la solución en mí. Conozco las historias que los demás son solo capaces de imaginar. Conozco la miseria humana.